Bonjour, buenos días, bon dia
No sé si os habéis fijado últimamente en el tiempo que hace en Sainte Verge (si, ahí a la derecha). Parece increible ¿no? Bueno, aquí va un artículo que lleva algunos meses guardado, pero como todavía estamos con los fastos de la Guerra de la Independencia os lo pongo, que más vale tarde que nunca. Para otro día más imágenes de la visita a Ste-Verge.
Saludos, salut, sudaçoes
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En una reciente visita a Ciudad Rodrigo, pudimos ver la exposición que conmemoraba los dos asedios de esta ciudad durante la Guerra de la Independencia: El primero por los franceses, el segundo por los ingleses. Entre todos los documentos, grabados, cuadros y objetos exhibidos nos llamó la atención el siguiente:
Se trata de un grabado (probablemente de Philippoteaux) que representa a las tropas francesas del general Junot subiendo las primeras estribaciones de Sierra de Gata ("Sierra de Gaza", dice el grabado). Estamos en 1807, Francia y España son aliadas y las tropas francesas van camino de Alcántara para, junto con las españolas, invadir Portugal. La Sierra de Gata, apartada de la historia desde la Reconquista, ha vuelto a entrar en ella.
En 1809 las cosas han cambiado y en Hoyos se produce la muerte violenta del Obispo Álvarez de Castro a manos de soldados franceses... supuestamente.
Estos sucesos nos dan motivos para hablar de lo que significó aquella guerra, la de la Independencia, en nuestra comarca y también para profundizar en unos hechos que entrelazaron traumáticamente los destinos de ciudadanos de España, Francia y Portugal.
Actualmente, como Asociación que cuenta entre sus objetivos los de estrechar lazos entre poblaciones hermanadas y con las de nuestro entorno, entre las que se encuentran las de la Raya portuguesa, es de especial interés aprovechar estas fechas para indagar en la historia de nuestras tres comunidades, historia que no siempre fue tan pacífica y que se remonta siglos atrás, desde la formación de los tres Estados.
Antecedentes.
Es conocida la importancia de la acción repobladora en la zona de gentes venidas de más allá de los Pirineos, desde los tiempos en los que la frontera entre los futuros Reinos ibéricos aún estaba por definir. Una vez establecida la frontera entre Castilla y Portugal, la más antigua de Europa, los periodos de guerra y paz se alternan, haciendo de la frontera un lugar peligroso, despoblado, lleno de soldados que hay que alimentar, da igual de que bando sean. Soldados y bandoleros se comportan de la misma forma cuando no llega la paga
Así, entre otras, se suceden las Guerras dinásticas del siglo XIV. Tras algunos años de relativa paz, siglos XV y XVI, la Guerra de Restauración de Portugal desbastó la comarca; después vino la Guerra de Sucesión de España y, tras otro periodo de relativa calma, entre los siglos XVII y XVIII, llegamos a la Guerra de la Independencia (o Guerra Peninsular como prefieren llamarla portugueses e ingleses).
La Guerra de la Independencia en Sierra de Gata.
No se nos debe olvidar que España entró en esta guerra como aliada de Francia contra Portugal, a la que había arrebatado Olivenza en la reciente Guerra de las Naranjas. Así, con la excusa de atacar Portugal, aliado de Inglaterra, 25.000 soldados franceses al mando del general Junot, penetran en España el día 18 de octubre de 1807 con el fin de reunirse en Alcántara con los 27.000 soldados de la División de Garrafa. La ruta elegida no era la habitual para entrar en Portugal (que era la de Fuentes de Oñoro, como en la actualidad), pero esta ruta los llevó a pasar por la Sierra de Gata, llegando a Alcántara el día 17 de noviembre. Las memorias de Junot hablan de las extraordinarias dificultades de aquel viaje, con soldados de la última quinta, sin apenas avituallamientos dada la escasez de los pueblos por los que pasaron. A ello quizá se deba el que a Alcántara no llegaron más de 20.000 hombres
Podemos imaginarnos la sorpresa de los habitantes de Sierra de Gata, afanados en la recogida de la aceituna, ante el paso de aquella tropa extranjera, en principio pacífica, que con ellos no iba... por el momento.
El 20 de noviembre las tropas franco-españolas penetraron en Portugal por Segura, llegando a Lisboa a finales de mes, cuando la familia real portuguesa ya había embarcado hacia Brasil escoltada por la marina británica. Se habla de que unas 10.000 personas huyeron, incluida toda la corte y parte de la jerarquía civil y eclesiástica. Llegaron a Brasil llenos de pulgas y piojos... Pronto nuestra monarquía seguiría el mismo camino, pero en este caso el transporte lo facilitaría el propio invasor.
Mientras tanto, nuevas tropas pasan la frontera del Bidasoa, esta vez para instalarse en España. En los primeros meses de 1808 ya estaban claras las intenciones de Napoleón que llevaron al alzamiento del 2 de mayo.
A partir de entonces, las tropas que antes fueron vistas con una mezcla de curiosidad e indiferencia, pasan a ser enemigos declarados conforme llegan las noticias de Madrid. Y en la difusión de estas noticias tuvo un importante papel el clero.
El paso de tropas se intensifica a partir de 1809 con nuevas divisiones francesas que se dirigen hacia Portugal, con la caída de Coria y el cerco a Ciudad Rodrigo. La Audiencia de Cáceres se había establecido en Eljas. Como hechos de armas destacables, se produce la voladura del castillo de Trevejo en abril y el saqueo de Gata en agosto. En esa época la presencia de tropas en la comarca alcanza su cenit y en estas circunstancias cuando se produce el asesinato del Obispo Álvarez de Castro.
Un inciso antes para hablar de los invasores. Las divisiones francesas estaban integradas en su mayoría por personas jóvenes que se alistaron bien voluntariamente (los menos) o que fueron obligados por el sistema de reclutamiento revolucionario. Algunos se libraron por influencias o pagando para que fuera otro. Había un buen número de mercenarios de otras nacionalidades. También había españoles, especialmente en los inicios del conflicto. Como se aprecia en las memorias que dejaron escritas, muchos soldados y mandos franceses pensaban realmente que venían a sacar a los españoles de su atraso, y no comprendían que fueran atacados después de haberlos liberado de la insana dinastía monárquica absolutista que antes también había gobernado su país. Hubo mucha crueldad, como en cualquier guerra, pero también actos de valor y caballerosidad. Los franceses, sabiendo que combatían en tierra extraña, se defendieron encarnizadamente y con valor. Muchos quedaron aquí sus jóvenes vidas.
Entre portugueses e ingleses, que fueron aliados nuestros durante la guerra, existe una diferencia. Los primeros lucharon en defensa de su país. Pero los segundos luchaban por defender su imperio contra la revolución, y en un país que no era el suyo (los ingleses siempre han luchado en países que no eran el suyo) y, por tanto, les daban igual los habitantes tanto de España cómo de Portugal. Por eso se comportaron como auténticos bandidos contra la población que venían a rescatar. Siempre despreciaron a los ejércitos de los otros países, excepto al francés, y Wellington nunca vio con simpatía a los liberales constitucionalistas ni a los partidarios del pueblo, él mismo era un gran terrateniente que amansó una gran fortuna a cuenta de sus éxitos militares.
El asesinato del Obispo Álvarez de Castro.
El Obispo fue un hombre de su tiempo, que respondió a las políticas cambiantes dictadas desde Madrid que un día obligaban a condenar a la Francia revolucionaria y otro a solicitar ayuda para sus tropas. Pero en mayo de 1809, con los franceses definitivamente como enemigos, Álvarez de Castro ya no ejercía como Obispo. En 1806, con 82 años, enfermo y achacoso, decidió retirarse a Hoyos, donde residía su sobrina Dña. María Martín Montero Álvarez. Al sentirse imposibilitado para regir la diócesis, por viejo y enfermo, nombró Gobernador Eclesiástico al canónigo Arcediano D. Sebastián Martín Carrasco y Tesorero y Vicario General a su sobrino D. Mateo Fernández Jara. En 1806 clausuró el Palacio de Coria como residencia episcopal. Al Obispo quedó reservado lo imprescindible: conferir órdenes sagradas y poco más.
Según palabras de D. Miguel Iglesias Hernández “en estas circunstancias personales del obispo, resulta infantil y una broma de mal gusto querer presentarle como un hombre vital, mártir de la Patria, enardecido patriota y cosas semejantes”. Las famosas circulares que se publicaron en la Diócesis con ocasión de la lucha por la independencia fueron autoría de su sobrino D. Mateo Fernández, que el obispo refrendaba con su firma. En éstas se retransmitía el ardor y el patriotismo contenido en los documentos que recibía de las autoridades civiles.
Dicho esto, las circunstancias de su muerte el 29 de agosto de 1809 parecen extrañas. No se sabe muy bien si fue una muerte intencionada, realizada por orden superior o si fue fortuita, debida a una partida descontrolada de soldados franceses que recientemente habían quemado y saqueado la población de Gata. En este caso era común que los soldados, en busca de un dinero extra y buscando también vengarse de los ataques de la población, llegaran a Hoyos y registraran las casas de los más pudientes en busca de fortuna. En esta situación y contando con el penoso estado del Obispo, quizá fue difícil trasladarlo a lugar seguro, aún contando con un servicio de información que alertaría de la presencia de los franceses
Pero tampoco podemos descartar que su asesinato respondiera a una orden expresa ¿de quién? La respuesta fácil es que fueron los franceses, que desplazaron una patrulla de Dragones desde Coria, con el fin de buscar y eliminar al Obispo que tanto daño les hacía con sus proclamas. La operación parece que sería ordenada por el Mariscal Soult, al que se pidieron después explicaciones. Pero si las proclamas las escribía su sobrino y resulta que las dictaba el gobierno provisional, parece que no es suficiente motivo para montar semejante operación con el fin de eliminar a una persona vieja y achacosa que carecía de todo poder. Si tenemos en cuenta, además, que las exequias se hicieron sin ninguna pompa y que el sitio de su enterramiento no fue señalado por lápida alguna, se puede pensar que, salvo para sus familiares más cercanos, la figura del Obispo no gozara de la popularidad de que se hizo gala después, presentándolo como un mártir de la patria. Podemos aventurar, entonces, otra respuesta
La guerra de la independencia, como tantas otras, tuvo mucho de guerra civil. Guerra entre aquellos que apoyaron al invasor, por oportunismo o porque consideraron que traían “aire fresco” a las caducas instituciones del antiguo régimen (los afrancesados), y, del otro lado, los que más temían la revolución: el clero, la aristocracia y la oligarquía terrateniente. En medio, el pueblo, analfabeto y manejado por unos y por otros, apoyando a un Rey “El Deseado” (Fernando VII) que los abandonó a su suerte mientras él vivía prisionero en una “cárcel de oro” en Francia. Como en toda guerra civil, hubo personas y personajes que aprovecharon la coyuntura para enriquecerse y ganar poder. Una de esas personas fue sin duda el sobrino de Álvarez de Castro, Mateo Fernández Jara.
Algo sabemos de su historia vital y política por D. Miguel Iglesias Hernández: “El canónigo Señor Jara fue político comprometido en la guerra de la Independencia, con el absolutismo de Fernando VII y con el ultraconservadurismo de D. Carlos María Isidro”, hermano del Rey. Por el apoyo a la causa Carlista, fue desterrado a Filipinas donde murió en el más absoluto de los olvidos. Fue persona ambiciosa que, a pesar de sus obligaciones para con la Diócesis de Coria, mantuvo residencia en Madrid desde 1814, con el fin de participar activamente en la política del momento, hasta que cayó en desgracia.
Pero lo que ahora nos interesa ocurre en 1806, cuando el Señor Jara pleiteó contra el Gobernador Eclesiástico, nombrado también por Álvarez de Castro, por celos de mando. Es solo una hipótesis, pero quizá las relaciones entre el Obispo y su ambicioso sobrino no fueran tan buenas. Y siendo el Obispo una persona sensata, quizá reprochara a su sobrino su falta de escrúpulos. El Obispo estaba viejo y enfermo, pero seguía siendo el Obispo, y el astuto Señor Jara pudo precipitar los hechos informando a la patrulla que partió desde Coria para cometer el asesinato. Faltan fuentes que corroboren estos hechos, sobre todo las francesas. Quizá fuera interesante también realizar la autopsia de los restos del Obispo
Con todo esto sólo pretendo decir que no todo está tan claro, la historia la escriben los vencedores y en aquella época, no estaban las cosas como para investigar “intrigas palaciegas”. Llegado el caso, ya se encargaría el Señor Jara y otros de ocultarlas. Era época de formar mártires de la patria contra el gabacho. Y al señor Obispo, quizá muy a su pesar, le tocó representar ese papel. Descanse en paz.
La guerra terminó pero ¿llegó la independencia?
En 1809 todavía queda una guerra por ganar, una guerra que costará muchas vidas. Quedan todavía los dos asedios de Ciudad Rodrigo, por parte de franceses e ingleses. Éstos, al mando de Wellington, someten a la ciudad a un terrible saqueo, al igual que harían después en Badajoz. Menos mal que eran los “libertadores”. Coria será conquistada y reconquistada varias veces. Al final Españoles, Ingleses y Portugueses empujan a las tropas de Napoleón hacia los Pirineos. La guerra abandona la Sierra de Gata (la guerra, no sus consecuencias) y finalmente Napoleón se rinde en 1814.
Es curioso recapacitar en el nombre por el que todos conocemos a esta guerra, “Guerra de la Independencia”. Si pero ¿logramos la ansiada independencia? y, aún más importante, ¿independencia de quién?
Empezamos esta guerra como aliados de Francia, atacando Portugal, y perdimos nuestra flota en Trafalgar. España era dirigida entonces por una monarquía absolutista, rentista y parasitaria, de estirpe francesa que fue sustituida por un Rey impuesto por Napoleón, que, según dicen, no fue un mal rey y que además, promulgó la primera constitución del Estado. Pero claro, un rey impuesto... y encima revolucionario. Eso no se podía sostener y el pueblo, manejado por los poderes fácticos con la ayuda del clero, puso sus muertos para echar a José I. Las mentes preclaras se dedicaron entonces a preparar una Constitución que recortara los poderes del rey Fernando VII y diera alguna voz al pueblo. Pero “el Deseado” abolió la Constitución y se dedicó a la persecución de los liberales que siguieron a los afrancesados al exilio, a la cárcel o a la muerte.
El Ejército cobró un gran poder (las conocidas “Juntas de Defensa”) y empezó a tomar vida propia, de tal forma que empieza una historia de golpes militares que no parará hasta nuestros días. Un ejército para controlar al pueblo, para proteger a las clases privilegiadas, no para defendernos del enemigo exterior. En los tratados de Paz que siguieron al final de las Guerras Napoleónicas no conseguimos ninguna compensación, es más, Fernando VII tuvo que pedir ayuda a Francia para deshacerse de los liberales.
Luego vinieron las Guerras Carlistas, dinásticas, que causaron tantas víctimas como la guerra que siguió al Golpe Militar de 1936. Y el pueblo, poniendo los muertos para seguir siendo dominado. España perdió sus colonias y la poca independencia que le quedaba, por lo menos en el contexto internacional. El pueblo siguió siendo analfabeto, sumiso hasta la muerte a las decisiones de sus gobernantes
Es un final amargo, sólo dulcificado por las crónicas posteriores, ansiosas de reconocimiento y héroes de la Patria. Cuentos de viejas para entretener al pueblo.
Chicharero
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